Los ojos viendo al hombre

Me he dado cuenta de algo almacenado en mi memoria y lo recordé como para escribirlo ahora (todo lo que diré ha sido tan completamente sutil que me ha sido prácticamente invisible hasta hoy):

En ocasiones he mirado a las personas de una forma distinta a las formas con las que suelo mirarla. Y esto no ha pasado muchas veces, a lo sumo habrá pasado en diez ocasiones en toda mi vida (no siguió sucediendo simplemente porque no era algo qué repetir para mí). Es que nunca fue un acontencimiento que yo haga sobresalir como para comentarlo a alguien, ni nada que hiciera mella en algún lugar de mi como para que en algún momento le prestase algo de atención especial.



Recuerdo habérmelo planteado como un juego, como algo curioso, en la más absoluta normalidad, y de haber mirado a la cara de esa forma y de haber dejado de hacerlo sin mayores miramientos que sólo un casi indescriptible cambio de enfocar de una manera y de otra con los ojos.

Puedo recordar haberlo visto así a mi padre mientras conversábamos. De pronto, observaba su rostro de tal forma que desencajaba con el molde que funciona de soporte o marco para reconocer a la gente que uno conoce y que está en frente. Esta mirada desprovista de marcos duraba unos segundos, tal vez unos breves minutos, y yo la hacía ir y venir a voluntad en el transcurso de la conversación, sin que esto fuera nada asombroso o algo extraordinario. Después, sencillamente, esta forma de ver se iba para seguir mi vida su derrotero común.

Con esta mirada observaba a mi padre cuando él hablaba y podía, en el transcurso de esta mirada, observar un rostro nuevo, que no era "mi padre" sino un hombre puesto ahí, frente mío. Mirando así obtenía como resultado una base de desconocimiento efectivo de quien era el objeto de mi observación. Sabía que quien estaba ahí era "mi padre" pero no me conectaba con esa y con ninguna etiqueta establecida entre él y yo. Todo esta mirada estaba envuelta, por así decirlo, del conocimiento de que este señor rescostado en la cama era "mi padre", y sin embargo, este señor no era "mi" padre porque sencillamente era "un hombre puesto ahí", delante de mí. Mirar así establecía un espacio o separación más o menos de frescura. Pero era un juego casi inconsciente para mí.

Escribo todo esto a raíz de la lectura del siguiente texto titulado "Visión sin imágenes" del libro de Susanaga Weeraperuma, "Krishnamurti tal como le conocí", que transcribo a continuación:

VISIÓN SIN IMÁGENES

Durante la estancia de K en Colombo, pasé la mayor parte del tiempo en la tranquilidad de la casa donde él vivía. Mi pequeño cuarto estaba en la planta baja, justo debajo de la habitación amplia y ventilada que K ocupaba en el primer piso. Todas las mañanas me dedicaba a limpiar la casa y decoraba el salón con flores de dulce perfume. A K le gustaban mucho las flores, sobre todo las de la familia del jazmín. Afortunadamente, había abundancia de flores, porque los visitantes le llevaban siempre claveles y rosas en señal de respeto y afecto. En la planta baja, junto a la escalera, teníamos un jarrón enorme lleno de flores. Cada vez que K pasaba junto a él, se detenía un instante para admirar la belleza de las flores y aspirar su fragancia.
Cierta mañana, después del desayuno, mientras K nos explicaba la naturaleza de la percepción pura, preguntó: «¿Alguna vez han contemplado ustedes una flor, pero no en forma parcial sino completa?» Al contestarle que no, K nos dijo: «Después de ver una flor, al espíritu le gusta interferir en la experiencia dándole un nombre. Si fueran ustedes botánicos, clasificarían la flor por su nombre en latín. Dirían ustedes que pertenece a este género o a aquella especie. Verbalizarían su experiencia diciendo “la flor es roja”, “la flor es bonita” y cosas por el estilo. Ahora bien, después de echarle una mirada a una flor, sigan viéndola no como el botánico, no la pasen por el filtro de las palabras ni de las imágenes. ¿Alguna vez han intentado mirar una flor en un estado de vacío total? ¿Alguna vez han intentado dejar al margen todas las imágenes para conseguir una percepción directa, no distorsionada?»
Las palabras de K nos cayeron como un jarro de agua fría porque nos demostraba hasta qué punto nuestros espíritus están condicionados. Esto no significa que seamos incapaces de alcanzar la percepción pura. Al parecer, todos tenemos chispazos de percepción pura, momentos efímeros de extraordinaria claridad, pero la dificultad radica en que el mecanismo de interpretación del espíritu se impone de inmediato.
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Sin importarme si yo he tenido o no una visión sin imágenes tal como se comenta en el texto anterior, pienso ahora que algo he vivido por el estilo y creo es lo que estuve contando más arriba. La verdad, nada extraordinario, algo muy común de hacer desandando pasos.

Las cosas invisibles permanecen a merced de toda la visibilidad cuando uno ve y escucha realmente. Tal vez observar sin marcos preestablecidos haya sido un hecho y yo todavía estuve, como un loco, sin darme cuenta de ello. Las cosas invisibles, parece, siempre han estado ahí. Y lo intuyo ahora intensamente.

Sé que una clave del entendimiento propio se encuentra en cómo es el estado o la configuración del modo en que uno observa y aborda una realidad. ¿Cómo miro las cosas y a mí mismo? ¿A qué punto (o puntos) me subo para decir que una cuestión o cosa es así o asá? ¿Qué relaciones desarrolla la forma de mirar más frecuente que tengo? Si la observación fuera una pared, ¿de qué ladrillos están compuestos mis abordajes cotidianos? He ahí una clave, en los ojos viendo al hombre.

¡Un saludo!

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